EL DESIERTO: SILENCIO, PRESENCIA, ESCUCHA




¿QUÉ ES LA ORACIÓN?




Son múltiples los conceptos que podemos encontrar sobre la oración, pero básicamente cada uno de ellos toma su valor real en la medida que podamos llevarlo a la práctica, y básicamente, en la medida en que encontremos su funcionabilidad en cada uno de los fines que pretendemos. Buscaremos unos conceptos que nos conduzcan a descubrir la realidad de las promesas de Dios, las exigencias y requerimientos que se nos expresan en su Santa Palabra para acceder a esas promesas, el poder infinito que tiene la oración, y, esencialmente, a tratar de salir de algunos errores que nos conducen a achacarle o a endilgarle a Dios nuestra falta de éxito en la oración y a descubrir que es nuestra limitación y nuestro desconocimiento lo que no nos permite vivenciar en toda su magnitud, la gracia esplendorosa de la verdadera oración. La oración es un encuentro amoroso entre Dios y tú, en la verdad. Porque el amor solo ocurre en la verdad, jamás resiste la mentira, porque las personas no se “encuentran” de verdad, cuando se presentan enmascaradas, disfrazadas, con las mil y una caretas que el mundo y su falacia nos han enseñado a colocarnos para cada diferente ocasión. Las personas se “encuentran” en la pobreza y en la sencillez del que carece de defensas. La oración no es otra cosa. Es encuentro y por eso no es monólogo, no es hablar consigo mismo, no es palabrería, no es rutina mecánica... Y fuera de lo anterior es amoroso, por eso no es un discurrir filosófico, ni un análisis científico, ni una prueba de laboratorio, ni una elucubración... Todo ser personal nace invitado y capacitado para el encuentro amoroso. Tú también, no puedes ni debes ser la excepción. Orar no es pensar, es amar. El pensar te ayudará a amar más y mejor. Encontramos en el libro “Cuando el hombre ora” de Pedro Finkler los siguientes conceptos, que nos pueden ayudar a clarificar algunas dudas que tenemos o que nos enseñarán algunas cosas que sobre el particular desconocemos.



Estos conceptos son los siguientes:



ORAR ES AMAR



La eficacia de la oración no depende de la capacidad o del poder del hombre para convencer a Dios de darle lo que le pide, sino que resulta únicamente del inmenso amor que Dios tiene a los hombres. Esto lo explicó muy claramente el Señor Jesús: “Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso” (Mt 6, 7). “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí; el culto que me dan es inútil” (Is 29, 13; Mt 15, 8-9) La oración es fundamentalmente relación afectiva con Dios y por eso las advertencias del Señor nos muestran claramente que orar, más que nada, es amar. Y el amor no se prueba con palabras sino con obras. Amar es buscar a alguien. Es pensar en la persona querida. Pensar en Dios no es pensar en algo de Él, sino simplemente pensar en Él. Pensar en Dios ya es oración, pues equivale a buscarle. Por lo tanto, amor, rezar, dice Santa Teresa, no consiste “en pensar mucho, sino en amar mucho”. Orar es, entonces, estar con el Señor, permanecer en su compañía, conversar con Él, dialogar, con palabras, con actitudes, con gestos, con sentimientos, con obras. Es, en fin, estar ahí junto a Él, simplemente porque se le ama. “Hacer oración es entrar en contacto con Dios, es expresarle nuestro amor con palabras o sin ellas, con sentimientos amorosos o en estado de aridez, tal como Él mismo nos inspira y nos ayuda, porque sin Él sería imposible orar”. El “sin Mí nada podéis hacer” vale también para la oración. Oración es todo lo que el hombre hace para mover al Señor a tener misericordia, a mirar hacia Él, a socorrerle en su necesidad de amar, de crecer en el deseo de eternidad. Quien ama reza espontáneamente: en pensamiento, con palabras, con actitudes, en obras.



ORAR ES ESTAR UNIDO A DIOS



Mística, en su sentido original, significa unión con Dios. Las personas de acentuada tendencia religiosa tienen generalmente avidez de profundizar en Dios. Sienten el deseo y la necesidad de estar con Él, que nos conoce: “Señor, Tú me sondeas y me conoces.... de lejos percibes mis pensamientos” (Sal 139, 1-2). Si oro humildemente, si soy pequeño ante Dios, si siento que lo necesito, si sé que tengo algo que recibir de Él y que no podría evitar el pecado si no recibiese de Él la fuerza espiritual necesaria, ¡ahí está la oración!. Si mantengo habitualmente la misma actitud de acogida a Dios y a su gracia, estoy en estado de oración. Esto es lo que Jesús quería al decir que es necesario orar siempre. Mística es la oración más íntima. Consiste en sustraerse, la persona, totalmente del mundo exterior y penetrar en lo más íntimo de sí misma para vivenciar o experimentar en vivo el inefable gozo de la intimidad con Dios.



ORAR ES IMITAR A CRISTO



Cristo nos mostró con su vida lo que es orar. Narran los Evangelios que el Señor madrugaba y se iba a un lugar solitario a orar. Muchas veces, durante el día, se escabullía de la multitud que lo rodeaba y se iba a orar en algún lugar oculto. También aprovechaba la soledad y el silencio de la noche para orar. Es decir, que alimentaba su celo apostólico por medio de frecuentes reencuentros con el Padre, quien era para Él, en fin de cuentas, la única cosa importante. Los discípulos que observaban curiosos y algo intrigados las costumbres del Maestro, comprendieron que se trataba de algo importante y maravilloso, y se despertó en ellos el deseo de imitarle. Y fue entonces cuando le pidieron con insistencia que les enseñase a orar. Así nació el Padrenuestro. Pero que irrealidad tan grande la que vivimos la gran mayoría de los católicos. Cualquier persona, orante o no, reza al día, como mínimo, un Padrenuestro. Pero que poco ha comprendido lo que allí se dice. No ha podido aceptar a Dios como el Padre Creador que está en los cielos, no santifica con su vida su Santo Nombre; pide que el Reino de Dios venga a nosotros, a su vida, desconociendo que Dios no puede morar donde está el pecado y el mal, no puede morar en un corazón endurecido y envilecido por la acción del mal; habla de que se haga la voluntad de Dios en el Cielo y en la tierra, pero en lo más profundo de su ser está anhelando solamente que se haga y se cumpla su propia voluntad, que se realicen sus deseos y sus ilusiones, no importando a que lo conduzcan éstos, o maldiciendo su suerte y no aceptando lo que Dios ha permitido en su vida; pide el pan de cada día, pero no está de acuerdo con lo que come, todo lo cansa, desconociendo que en el mundo hay miles de millares de hermanos que se mueren de hambre y que se sentirían satisfechos con lo que yo rechazo; le pedimos que perdone nuestras ofensas, nuestros pecados, nuestro mal, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, y sin embargo hay resentimientos, rencores, recelos, envidias, odios en lo más profundo del corazón, porque no sabemos o no hemos sabido perdonar a todos los que nos han ofendido o nos están ofendiendo en la actualidad; le pedimos que no nos deje caer en tentación y que nos libre del mal, y sin embargo hacemos todo lo contrario, ya que producto de lo que tenemos sembrado en lo más profundo de nuestra alma, en nuestro subconsciente o en nuestro inconsciente, buscamos por todas partes encontrarnos con el mal, en la televisión, en el cine, en las revistas pornográficas, en el licor, en el baile, en la droga, en la fornicación, en el adulterio, en la ambición, en el libertinaje, en la violencia, etc., desconociendo que Dios nunca violentará nuestra voluntad, nuestro libre albedrío. En verdad que farsantes y fariseos somos al rezar esta maravillosa oración y que poco en verdad imitamos al Señor Jesús, porque no ponemos en práctica lo que allí decimos. El hombre que ora no solo imita a Cristo, el más perfecto de los adoradores, sino que también se une a Él y ora con Él, incorporando sus propios balbuceos y superando la propia pobreza e insuficiencia.



ORAR ES AGRADECER EL AMOR



Dándose cuenta del inmenso amor totalmente gratuito que el Señor le tiene, el hombre prorrumpe espontáneamente en un canto de jubiloso entusiasmo. La necesidad de sentirse amado es una característica del hombre, cuya vida - en todas sus dimensiones: biológica, psicológica, espiritual - sin la satisfacción de tal necesidad, se desequilibra. Tenemos en nuestra constitución, como una serie de vasitos que deben ser llenados desde el mismo momento de nuestra concepción, en nuestra gestación, en nuestro nacimiento y en casi todos los momentos de nuestra vida, tales como el amor, el estímulo, la fortaleza, etc. y que nada en la vida los puede llenar. En el caso del amor, encontramos como muchos seres han sido concebidos sin amor, no han sido deseados, han sido rechazados y ese desamor está arraigado en lo más profundo de su ser, presentándose en estas personas una limitante inmensa, al punto de que muchos seres humanos no son capaces de dar un abrazo o no resisten que alguien se los de, se sienten incapacitados para amar y dejarse amar, porque eso fue lo que recibieron, no pudiendo ser llenado este vacío si no por Dios, que es nuestro Creador y que es el único que puede hacer en cada uno de nosotros una nueva creación. En cambio, cuando el hombre se siente amado, cuando se siente aceptado tal cual es, experimenta en plenitud la alegría de vivir y tiende a permanecer en constante contacto con la fuente de esta riqueza insustituible. Que importante que cada uno de nosotros descubriera, que si falta amor en el mundo por parte de los seres que están a nuestro alrededor, hay alguien que nos ama tal como somos, que nos acepta con nuestros errores y nuestras falencias, que nos perdona incondicionalmente, que quiere lo mejor para nosotros y que nos está buscando cada día para que le abramos el corazón y nos dejemos inundar por su infinito e inagotable amor. Ese ser maravilloso se llama Dios. Quien sabe y siente que Dios le ama infinitamente, ora sin cesar, con un inmenso sentimiento de gratitud por esta ventura sin par.



ORAR ES DEJARSE ARREBATAR POR DIOS



Desde toda la eternidad, Dios, que nos creo para tener a quien poder amar, no cesa de implorarnos: “Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos hallen deleite en mis caminos” (Prov. 23, 26). Hasta tal punto nos ama Dios que, si se lo permitimos con nuestra disponibilidad y correspondemos a ese inmenso amor, él nos aferra, nos asocia tan íntimamente a él, que llega a hacernos una misma cosa con él: Ya no vivimos nosotros, sino que él vive en lo más profundo de nuestro ser, vive en nosotros. Cuando en nuestro camino de oración hablamos de dejarnos arrebatar, de dejarnos arrobar o extasiar por Dios, estamos hablando de vida mística, que es, justo, el estremecimiento unísono del alma perdida en Dios, que se ha posesionado de ella para un abrazo inefable. Cuando se presenta esta situación, el hombre enmudece, su oración se vuelve un silencioso balbuceo que lo lleva a decir: Abba, ba, ba, ba, entrecortado por la elocuencia de Dios, como nos lo demuestra la maravillosa experiencia mística que tuvo San Pablo y con él muchos santos y santas, muchos hombres de Dios.



ORAR ES HACER APOSTOLADO



Esta afirmación no puede darse la vuelta. Hay quienes con mucha facilidad se sienten inclinados a creer que lo más importante hoy es hacer apostolado, y que por lo mismo la oración queda desplazada lo anterior es amoroso, por eso no es un discurrir filosófico, ni un análisis científico, ni una prueba de laboratorio, ni una elucubración.Todo ser personal nace invitado y capacitado para el encuentro amoroso. Tú también, no puedes ni debes ser la excepción. Orar no es pensar, es amar. El pensar te ayudará a amar más y mejor. Encontramos en el libro “Cuando el hombre ora” de Pedro Finkler los siguientes conceptos, que nos pueden ayudar a clarificar algunas dudas que tenemos o que nos es apostólica no se confunde con la oración: aquélla supone ésta; es una derivación. Apostolado es un desbordamiento de la unión con Dios, y ésta solo puede realizarse por medio de la oración. La unión con Dios, como cualquier otra entre seres vivos, es cuestión de amor, y quien ama a Dios, Padre de todos, no puede dejar de amar a sus hermanos. El que es verdadero Apóstol transmite “vida”. Y cómo podrá darla si él no la tiene por ser un sarmiento separado de la cepa?. “Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí” (Jn 15, 4).



ORAR ES REALIZAR UN PROGRAMA DE VIDA



El Señor nos aconseja orar siempre sin desfallecer (Lc 18, 1) y San Pablo nos insiste en lo mismo: “Sirviendo al Señor, con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración” (Rom 12, 12). Para entrar en la intimidad divina es necesario disponer con urgencia de algunos tiempos tranquilos para “recoger” la propia vida y “acoger” al Verbo. Esto nos indica que para poder tener una verdadera vida de oración se requiere destinar un tiempo especial para ella. Sería ilusorio pensar que basta el espíritu de oración para que ya todo se vuelva oración. “Cuanto más el tiempo (destinado a la oración) es constante, vivo, pleno, profundamente vivenciado, tanto más influye su resonancia en todo el resto del tiempo y por tanto en la vida”. La oración no se reduce a episodios más o menos frecuentes en la vida del cristiano, sino que debe ser una de las características constantes de su vida. La verdadera oración se trueca en vida. Todo se vuelve oración en la medida que todo se eleva hacia el interior del alma y se le presenta al Señor en ella presente, y con él se trata todo. Lo que se vive solo exteriormente, aunque sea la más excelente obra de misericordia, no puede considerarse como oración; porque no alcanza la vida; no modifica el comportamiento y la conducta de la persona. Se da la oración sólo cuando ésta afecta en profundidad al ser y al obrar de la persona. El ejercicio de la oración es el episodio de mayor intimidad con el Señor, y se espera siempre con una impaciencia e interés tanto mayores cuanto mayor sea el amor y la frecuencia con que se repite, dentro del marco equilibrado que permitan el trabajo y la convivencia.



VIDA DE ORACIÓN



Vida de oración es un estado, un modo característico de ser de la persona: el estado de aquel a quien el Señor se ha revelado en lo íntimo del corazón. Para llegar a este estado o a una vida auténtica de oración, es absolutamente indispensable pedir al Señor la inestimable gracia de que se digne revelarnos su rostro: “Oh Dios, haznos volver, y que brille tu rostro, para que seamos salvos” (Sal 80, 4). Pero aunque sea un don gratuito que depende únicamente de la misericordia del Señor, la intensidad y el ardor de nuestro deseo y de nuestro amor le estimulan a concedérnoslo. Deseo y amor entrañan desapego y entrega. Desapegarse completamente de sí mismo y entregarse enteramente a Dios es un acto que depende de nuestra decisión final, lo cual se logra a menudo, tras una lucha terrible. Para un desenlace favorable en este arduo combate, la primera condición es el deseo sincero de pertenecer única y totalmente a Dios. La lucha por llegar a este punto es por lo general ardua y larga. La persona que se encamina por este derrotero tiene que sufrir y gemir por mucho tiempo antes de conseguir su intento. Su oración se reduce prácticamente a un lacerante grito de socorro: “Les das a comer un pan de llanto, les haces beber lágrimas el triple” (Sal 80, 6). La vida de estas personas, no raramente, se convierte en doloroso destierro. Sueñan la unión perfecta y definitiva con aquel a quien aman realmente por encima de todo, y la vida se les presenta como un obstáculo para la concreción de su desgarrador deseo. De este modo la persona llega a tener verdadera vida de oración; es decir, su vivir se transforma en oración ininterrumpida. Quien no consigue dar este paso decisivo tendrá que contentarse con la pobreza de periódicas zambullidas, más o menos frecuentes, pero inevitablemente superficiales, en la oración. La auténtica vida de oración exige radicalidad: “O somos personas totalmente impregnadas de oración y lo obtenemos todo, o por nuestra pusilanimidad e incertidumbre recibiremos lo poco o nada que en este momento estamos recibiendo”. Quien consigue la costumbre de vivir la presencia de Dios, percibe cómo la oración brota constante y espontáneamente de dentro del corazón. Es como un alegre fuego que brilla, calienta y quema sin cesar; una energía divina que anima y sustenta el amor, el deseo, la búsqueda de la visión de Dios. Cuanto más intensamente se vive esta visión, que no es sino un vivísimo deseo de unión siempre más íntima, tanto más crece el fascinador misterio de Dios. Cuando el corazón de un hombre está lleno de Dios, en cierto modo ya no distingue entre reflexionar, trabajar, jugar o rezar. Todo en él es como un torrente límpido que mana de la misteriosa fuente de su interioridad escondida en Dios. La propia vida se torna en oración, en un permanente himno de alabanza a Dios. La oración es para él lo que la respiración o el pulso cardíaco son para su vida física. Importante aclarar en este punto que el estado de oración no puede producirse artificialmente. Es un don absolutamente gratuito concedido a quien ora de todo corazón y con una gran perseverancia. Quien entra una vez en este estado difícilmente renunciará a él; no podrá dejar de orar, como quien amó una vez no puede dejar de amar. Más exactamente, el Espíritu que se ha instalado en él no dejará ya de orar en él. De tal modo, cualquier cosa cobra en él valor de oración; de todo su ser se desprende la fragancia espiritual de su unión con Dios. Como podemos observar a través de estos conceptos, cuando se trata de oración, por parte de Dios no hay dificultad alguna, al contrario, él está siempre a la espera, llamándonos suavemente, ofreciéndose a nuestra libertad. La oración es un don de Dios, es un darse a Dios. Deberíamos volver con mucha frecuencia a las palabras del Apocalipsis que nos dicen: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).



Descubramos como Jesús, el divino Redentor, el Mesías, el Salvador, el Señor de cielos y tierra, el Emmanuel, el Dios con nosotros, te busca a ti que lees estas líneas, busca a todos los hombres que humilde y confiadamente se acojan a él, ya que quiere entrar a compartir tu vida, a llenarla de luz, a planificarla, a transformarla y a hacer que te conviertas en un verdadero hijo de Dios que da testimonio de su fe.Pero debes recordar siempre que para poder experimentar el amor de Cristo, primero debes creer en Él, debes haberte encontrado personalmente con Él, debes haberle entregado el señorío de tu vida y, básicamente, debes haber tomado la determinación de que Jesús sea el Señor de toda tu existencia, de lo que tienes, de lo que haces, de lo que piensas; de tu historia total, en la cual están involucrados todos tus proyectos, tus éxitos, tus alegrías, tus intenciones, tus posesiones, tus aspiraciones, tus necesidades, tus fracasos, tus frustraciones, tus desengaños, tus enfermedades, en fin, todo lo que encierra tu existencia. “En verdad que nadie tiene derecho a hablar de Dios, si primero no habla con Dios”.¿Pero qué es lo que nos ocurre y por qué no podemos hacerlo? Dios es silencio y necesita de hombres y mujeres capaces de transmitir su Palabra y de vivirla, y para poder transmitir lo que el Espíritu Santo ha hecho en mi vida, primero tengo que haberlo recibido, tengo que haber experimentado su poder y su acción en mi propia existencia. Muy pocas cosas nos ayudan tanto a conversar con Cristo, a tener un encuentro personal con Él, como el silencio. No el silencio exterior, el de los ruidos del mundo, el de la estridencia de las gentes, sino el silencio del corazón, sin el cual, sencillamente, no es posible oír la voz de Cristo cuando nos habla. Por eso Él nos recomienda siempre: “Oh, si escucharais hoy su voz” (Sal 95, 7); “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 5-6). Esto nos muestra que en el silencio del corazón debemos conversar con aquel que nos ama y que quiere para nosotros lo mejor, con aquel que nos ha dicho: “pide y se te dará, busca y encontrarás, toca y se te abrirá...(Mt 7,7 ss). “Son muchos los que andan buscando constantemente, pero solo encuentran los que permanecen en constante silencio...”.El hombre que se complace en la abundancia de las palabras, aunque diga cosas admirables, está vacío por dentro. Si amas de verdad, sé amante del silencio.



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EL DESIERTO: SILENCIO, PRESENCIA, ESCUCHA

¿Qué es un retiro?



- Una de las paradojas más sorprendentes del hombre contemporáneo es que está continuamente comunicándose (por teléfono, por internet, de palabra) y, sin embargo, tiene dificultades para las relaciones profundas. Esto hace que se sienta solo. Y que, aunque a veces la desee, en el fondo tenga un miedo terrible a la soledad.



¿Qué es la soledad? El término es ambiguo. A veces expresa sentimientos positivos («¡Ojalá pudiera encontrar unos minutos de soledad en medio de tanto trabajo!»). Otras, por el contrario, negativos («¡Qué solo me encuentro esta tarde!»)



La soledad que buscamos en el retiro no es la de quien se aísla por falta de relaciones. Un retiro es, más bien, una experiencia de soledad fecunda. Consiste en un alejamiento querido del tumulto y en una vuelta consciente a la propia interioridad. Esto implica:



•Retiro: es el desprendimiento de las personas, situaciones y ambientes que producen "ruido" y no nos permiten entrar dentro de nosotros mismos.

•Recogimiento: es la aventura de la profundidad; para estar solo no es suficiente alejarse del tumulto: es preciso adentrarse en el conocimiento personal, en las raíces del propio ser; sin esta actividad interior, el simple retiro se convierte en desierto insoportable.

•Apertura: la verdadera soledad, al situarnos en nuestras raíces, nos revela lo que realmente somos y nos permite contemplar a los demás como personas. Sin esta apertura el recogimiento se convierte en narcisismo y corre el riesgo de acabar en aislamiento agresivo.

¿Cómo se hace el retiro?



Búscate, en primer lugar, un sitio tranquilo. Si te es posible, sal al campo. O, por lo menos, asegúrate unas cuantas horas de silencio en tu propia casa. Desenchufa la tele y la radio, descuelga el teléfono, ponte cómodo y ... adelante.



Comienza con una oración sencilla:



A continuación puedes leer despacio algún fragmentos de los evangelios:



Permanece en silencio todo el tiempo que quieras. Deja que las palabras de Jesús vayan entrando en ti. Léelas una y otra vez. Repítelas en voz alta:



Es probable que dentro de ti descubras tensiones. Hay cosas que no te gustan o que constituyen tu "guerra interior". ¿Cuánta energía se te va en luchar contra eso? Jesús te invita a no preocuparte. ¿Crees que se trata de una invitación a la pereza? ¿O es una propuesta para encontrar la verdadera salida?




¿CÓMO NOS DISPONEMOS?

Siéntate cómodamente en el banco. Adopta una postura estable, erguida y en conexión con la tierra. Siente la tierra debajo de tus pies. Siéntate con dignidad, como ser humano, como hijo de Dios, sintiendo que eres capaz de hacer frente a cualquier cosa que surja. Cierra los ojos y concentra tu atención en la respiración. Deja que el oxígeno circule libremente por todo tu cuerpo. Que cada inspiración te traiga la calma y el bienestar que necesitas. Al respirar, siente que eres capaz de abrir tu cuerpo, tu corazón y tu mente.




Abre tus sentidos, tus sentimientos, tus pensamientos. Sé consciente de lo que hay oculto en tu cuerpo, oculto en tu corazón, oculto en tu mente. Abre los espacios, descorre los cerrojos de tus puertas interiores de forma que pueda surgir cualquier cosa. Abre las ventanas de tus sentidos. Toma conciencia de los sentimientos, imágenes, sonidos e historias que van apareciendo. Percibe todo con interés y espontaneidad.



Continúa sintiendo tu estabilidad y tu conexión con la tierra, como si hubieras escogido tu asiento en el centro de la vida y te hubieras abierto de par en par a la danza de la vida. Mientras tomas conciencia de tu asiento, reflexiona sobre los beneficios del equilibrio y de la paz en tu vida. Siente la capacidad que tienes de permanecer constante mientras van cambiando las estaciones de la vida. Todo lo que surge en ti pasará. Reflexiona sobre cómo las alegrías y las penas, los sucesos agradables y desagradables, los individuos, las naciones, incluso las civilizaciones, surgen y desaparecen. Toma tu asiento y descansa con un corazón ecuánime y compasivo en el centro de todo.



Permanece sentado de esta manera digna y consciente todo el tiempo que desees. Después de un rato, todavía estable y centrado, abre los ojos. Luego, levántate, da unos cuantos pasos con el mismo sentido de estar centrado, con dignidad.


Para detener la guerra interior




Siéntate en una postura cómoda. Deja que todo tu cuerpo descanse. Que tu respiración sea natural, no forzada, regular, profunda. Permite que el aire descienda hasta el abdomen. Inspira toda la paz del universo. Expira las tensiones que hay dentro de ti. Fija tu atención en el presente. Cae en la cuenta de las sensaciones de tu cuerpo. Toma conciencia, de manera particular, de las sensaciones, tensiones o sufrimientos contra los que tal vez has estado luchando. No intentes cambiarlos. Simplemente, percíbelos con una atención profunda, con amabilidad. En cada zona de lucha que descubras, relaja tu cuerpo, serena tu corazón. Abrete a todo lo que sientes, pero sin luchar contra ello. Respira tranquilamente y deja que afloren espontáneamente los sentimientos sin ponerles barreras.



Después, concentra tu atención en tu corazón y en tu mente. Ahora, cae en la cuenta de los sentimientos y pensamientos que aparecen. De manera particular, sé consciente de los sentimientos y pensamientos con los que ahora estás luchando, o negando, o evitando. Percíbelos con una atención profunda y amable. Relaja tu corazón. Abrete a todo lo que sientas sin luchar. Respira tranquilamente y deja que todo fluya con espontaneidad.



Continúa sentado tranquilamente. Ahora concentra tu atención en las guerras que todavía existen en tu vida. Siéntelas dentro de ti. Si tienes una lucha continua con tu cuerpo, toma conciencia de ello. Si durante tiempo has estado librando batallas interiores contra tus sentimientos, o has estado en conflicto con tu propia soledad, o con tus temores, confusiones, angustias, apegos ... siente la lucha que has estado librando. Percibe también esas luchas en tus pensamientos. Nota los ejércitos interiores, los dictadores internos que te aplastan, tus fortificaciones y defensas internas. Sé consciente de todo aquello contra lo que has estado luchando, del tiempo que ha durado tu conflicto.



Con amabilidad, con apertura, permite que todas estas experiencias se hagan presentes ahora. Simplemente, cae en la cuenta de ellas con interés y con una atención delicada. En cada zona de lucha, relaja tu cuerpo, tu corazón y tu mente. Abrete a todo lo que experimentes sin luchar. Deja que se haga presente como es en realidad. Abandona la lucha. Respira tranquilamente y descansa. Invita a todas las partes de ti mismo en conflicto a participar en la mesa de la paz de tu corazón.


MEDITACION CAMINANDO


De manera semejante a la meditación estática, la meditación caminando es un ejercicio simple y universal para practicar la calma y la conciencia. Se puede practicar regularmente, antes o después de una meditación sentados, después de una jornada de trabajo o por la mañana, antes de empezarla. El arte de la meditación caminando consiste en aprender a tomar conciencia de que caminas, en usar el movimiento natural del caminar para cultivar una presencia mentalmente despierta.



Elige un lugar tranquilo que te permita ir y venir, de unos veinte pasos al menos. Comienza colocándote en un extremo de esta «senda de caminante» con los pies bien plantados en el suelo. Deja que las manos pendan con naturalidad de manera que estén relajadas.



Cierra un momento los ojos, céntrate y siente tu cuerpo sobre la tierra. Siente la presión en los extremos de los pies y vive todo esto en estado de alerta.



Comienza a caminar lentamente. Camina con tranquilidad y dignidad. Presta atención a tu cuerpo. En cada paso, siente cómo se levante tu pie y la pierna se aleja de la tierra. Toma conciencia cada vez que coloques el pie en tierra. Relájate y procura que tu andar sea suelto y natural. Siente cada paso al caminar. Cuando llegues al final del trayecto, deténte un momento. Céntrate, date la vuelta con cuidado, detente otra vez para caer en la cuenta del primer paso de regreso.



Sigue regresando al punto de partida. Cuando llegues, empieza de nuevo el recorrido por espacio de unos veinte quince minutos o más. Lo más normal es que, con frecuencia, tu mente se distraiga. En cuanto percibas algunas distracción, advierte con serenidad en que dirección apunta: «vagabundear», «pensar», «escuchar», «planear» ... Entonces, procura sentir el paso siguiente. No te preocupes: tendrás que hacer esto un montón de veces. Da igual que te hayas distraído un segundo o diez minutos. Lo que importa es que tomes conciencia de dónde has estado y regreses al presente, al aquí y al ahora, en el siguiente paso que te toque dar.



Después de practicar unas cuantas veces este ejercicio aprenderás a usarlo para serenarte y recogerte, para vivir más despierto, con una conciencia dilatada. De este modo puedes extender esta práctica de manera informal cada vez que tienes que salir de compras o realizar cualquier trayecto a pie. Puedes aprender a disfrutar caminando sin estar siempre pensando, haciendo planes, etc. Basta con que te habitúes a vivir el momento presente, a ensamblar tu cuerpo, tu corazón y tu mente a medida que te mueves.



PARA DESARROLLAR UNA ATENCIÓN SANADORA


Siéntate cómoda y tranquilamente. Que tu cuerpo se relaje y descanse. Respira con profundidad y naturalidad. Abandona tus pensamientos, planes y recuerdos. Concéntrate en el presente, en este hoy, en este momento. Comienza dejando que tu cuerpo, tu valioso cuerpo, te revele los puntos que más necesitan de sanación. Permite que los dolores físicos, las tensiones, las enfermedades o las heridas se manifiesten. Presta una atención cuidadosa y amable a estos puntos de dolor.



Lentamente y cuidadosamente siente tu propia energía física. Nota la profundidad que hay dentro de ellos, las pulsaciones, el calor, las contracciones que producen lo que solemos denominar dolor. Permite que todas estas sensaciones se hagan presentes y puedas sentirlas con una atención receptiva y amable. Después, sé consciente del área que rodea tu cuerpo. Si observas contradicciones o tensiones, percíbelas con normalidad. Respira suavemente y ábrete. Luego, del mismo modo, sé consciente de cualquier aversión o resistencia, permitiendo que se manifieste como es, permitiendo que se abra a su debido tiempo. Ahora, nota los pensamientos y temores que acompañan el dolor que estás explorando: «Nunca se marchará», «No puedo soportarlo», «No me merezco esto», «Es demasiado duro, demasiado profundo»...



Permite que estos pensamientos reposen durante un tiempo en ti. Después, con normalidad, vuelve otra vez a tu cuerpo. Que tu conciencia sea ahora más profunda y más distendida. Una vez más, siente los puntos de dolor y permite que, al abrirse, se desplacen, se intensifiquen o se disuelvan a su debido tiempo. Presta atención al dolor como si estuvieras cuidando a un niño, sosteniéndolo con un cuidado suave y amoroso. Respira suavemente sobre él. Acepta todo lo que se te haga presente con una amabilidad sanadora. Continúa esta meditación hasta que te sientas en contacto con cualquier parte de tu cuerpo que te llame, hasta que te sientas en paz.



A medida que vas aprendiendo a desarrollar tu capacidad sanadora, puedes dirigirla regularmente a los puntos más significativos de enfermedad o de dolor que hay en tu cuerpo. De igual manera, puedes dirigir tu atención sanadora a las heridas emocionales que puedes llevar contigo. La ansiedad, la soledad la amargura, los celos, la envidia, el resentimiento ... pueden ser sentidos cada vez más profundamente y desde dentro. Aprende a permanecer con esos dolores. Después de algún tiempo, respira suavemente y abre tu atención a cada fenómeno de contracción, emoción y a los pensamientos que los acompañan. Por último, haz que todo esto se relaje como si estuvieras cuidando a un niño, aceptando todo lo presente, hasta que te sientas en paz.



Puedes hacer algo semejante con tu corazón si lo deseas. Recuerda: la curación de tu cuerpo y de tu corazón está siempre aquí. Simplemente, aguarda con una atención compasiva.


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