LA LITURGIA: RÍO DE AGUA VIVA QUE BROTA DEL CORAZON DE DIOS





Hermanos:

Voy a exponer unas palabras acerca de la "asamblea litúrgica", que siempre, siempre, siempre, no lo olvidemos, es el sujeto integral de la celebración litúrgica. Somos todos los que celebramos, aunque no todos desempeñemos un mismo ministerio dentro de ella.

La palabra "asamblea", hoy ya aceptada por todos, ha sido recuperada hace poco tiempo. Es un término que se usaba en los primeros siglos del cristianismo. Está en la Biblia y en la primera tradición. Después se perdió, como tantas otras cosas, y hasta el Concilio Vaticano II se hablaba de la "asistencia" de los fieles, dando a entender que el sujeto era otro y los fieles asistían a lo que realizaba el sujeto: el sacerdote.



La asamblea es la manifestación del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia. Así pues, comenzaremos a hablar de la asamblea en el Antiguo testamento, para pasar a tratar del papel que tiene la Iglesia (asamblea) en la celebración. Como habrás notado, Iglesia tomamos como pueblo reunido en asamblea.



A continuación, analizaremos la asamblea como manifestación de la Iglesia; las características de la asamblea litúrgica; y el papel activo de la asamblea litúrgica. Terminaremos por explicar los servidores o ministerios que ayudan a celebrar a la asamblea y cómo deben realizar dichos ministerios algunos de ellos.



Esta es una asamblea: un pueblo reunido alrededor de la Palabra y de la mesa-altar para actualizar la obra de Cristo.



Asamblea plural: hombres, mujeres, ancianos, niños, sacerdote, lectores, monitores, distribuidores de la comunión, etc.







Asamblea en el Antiguo Testamento



En el Antiguo Testamento, el pueblo que se reunía para renovar la alianza se denominaba como "la asamblea del Señor", en hebreo "Qahal Yahvé ". Ahora bien, el término Qahal encierra una idea de convocatoria, encierra la idea de ser llamados.



Los israelitas tenían la conciencia de que no forman la asamblea por su propio impulso, sino más bien que era Dios el que convocaba, el que llamaba a la reunión. Esta palabra (Qahal) fue traducida al griego por ekklesía. De aquí pasó al latín ecclesia, al español Iglesia.







Asamblea en el Nuevo Testamento



Los Hechos de los apóstoles describen a las primeras comunidades reuniéndose "en un mismo lugar" y formando "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4).



Conviene que nos quedemos con la unión estrecha entre el término Iglesia y el término Asamblea, unión tan estrecha que casi se puede hablar de palabras sinónimas. La Iglesia no es un ente abstracto, sino un misterio que se hace realidad y se manifiesta visiblemente en las "legítimas reuniones locales de los fieles presididos por sus pastores" (LG 26). A estas asambleas locales el Nuevo Testamento las llama Iglesias. Estas Iglesias son las que manifiestan la Iglesia de Cristo de la forma más clara (SC 41).







La asamblea celebra la obra de Cristo



¿Qué hace la asamblea? o ¿Qué celebra la asamblea? Celebra la obra de Cristo. Es decir, lo que nosotros reunidos, formando asamblea, celebramos en una iglesia no es algo nuestro, sino aquello lo realizó Jesús, el Señor. Por tanto, nadie, ningún otro puede celebrar algo que no es su obra. Con esto queremos decir que el sujeto de la acción, el sujeto de la celebración es siempre Cristo.







La Iglesia y asamblea



Cuando decimos Iglesia decimos la Iglesia local, es decir, pueblo de Dios con el Obispo. No nos referimos a la comunidad parroquial o la asamblea de la misa de doce. Cuando hablamos de la Iglesia que celebra, ora, ofrece, nos referimos a la Iglesia pueblo de Dios en su totalidad. La Iglesia como dice la Lumen Gentium "pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4) o como dice La Sacrosanctum Concifum "el Cuerpo de Cristo" (SC 26).



Asamblea, en sentido estricto, designa las legítimas reuniones locales de los fieles presididas por sus pastores (LG 26), pero también, en un sentido más amplio, la reunión de los cristianos de una comunidad en un lugar determinado y en un tiempo concreto para celebrar: la de la Misa de las doce, por ejemplo.







La Iglesia sujeto de la acción litúrgica



El sujeto o actor principal de la acción litúrgica, como hemos dicho, es Cristo, ya que es su obra la que se actualiza. Ahora bien, para realizar esta obra tan grande "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia" (SC 7). Por tanto, cuando afirmamos que la Iglesia es sujeto de la acción litúrgica, decimos que la Iglesia es sujeto asociado a Cristo. Cristo no da el privilegio de ser actores de la celebración, sujetos.



Si la Iglesia (pueblo de Dios) es también sujeto de la celebración, el concilio Vaticano II concluyó tajantemente que las acciones litúrgicas, las celebraciones, no son obra de algunos privilegiados, sino obra de toda la Iglesia:



"Las acciones litúrgicas no son acciones privadas (particulares) sino celebraciones de la Iglesia que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la iglesia, lo manifiestan e influyen en él. Atañen a cada uno de los miembros de modo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones participaciones actuales" (SC 26).



Esto que hoy día nos parece lo más natural, era una verdad que estaba olvidada en la teoría y en la práctica. La Iglesia no ha hecho más que recuperar una verdad que por diversas circunstancias había quedado en la penumbra desde la Baja Edad Media (s. XIII-XV). El estudio de los textos litúrgicos antiguos y de la teología bíblica han contribuido a restablecerla. Por tanto, no hay celebración ni reunión de unos pocos. Estarán presentes pocos, pero esa acción no es de ellos solos, tendrán que acomodarla a ellos, pero es de todos.



Todos sus miembros están, deben estar comprometidos, implicados en la acción celebrativa. Esta tiene como sujeto protagonista a todo el cuerpo eclesial, es decir, a los reunidos en cuanto conjunto de personas y no sólo ellos sino todos los miembros de la Iglesia. Por ello, los nuevos textos no hablan del sacerdote como del "celebrante". Por ese motivo, los textos oracionales están en plural y con una estructura dialogal no sólo vertical (Dios-comunidad) sino horizontal (presidente-lector, cantor, pueblo).



¿De dónde brota este poder celebrar, digamos el poder concelebrar? En virtud del bautismo. Desde el bautismo "el pueblo cristiano es linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 Pe 2, 9). Por ello, el pueblo cristiano tiene "derecho y obligación de participar plena, consciente y activamente en las celebraciones litúrgicas" (SC 14). Lo exige "la misma naturaleza de la liturgia" (SC 14), que es acción del pueblo. De otra forma no sería acción litúrgica, sino devoción (1) de uno o varios.



(1) Devoción: La palabra devoción del latín devoveo, significa dedicarse con fervor, hacer votos, prometer, tener unos sentimientos de veneración a alguien. Devociones llamamos al Rosario, Ángelus, Vía Crucis, novenas, procesiones, medallas, etc. No todo es liturgia en la vida de los cristianos. Existen devociones tanto individuales como comunitarias. Son expresiones personales y populares de la fe. Surgieron cuando el pueblo no entendía el lenguaje litúrgico, sobre todo el latín y por su forma más espontánea y popular.



Por tanto, el sujeto integral de la acción litúrgica es siempre toda la Iglesia sin distinción, es decir, en cuanto compuesta de cabeza y de miembros.



Queda claro que la Iglesia es toda ella una comunidad. Ahora bien, este ser una comunidad, no quiere decir, que todos sean todo. Esta comunidad está estructurada, es decir, tiene ministros (así se llaman a cada uno de los que cumplen una función litúrgica: sacerdote, presidente, lector, etc.). Pero al celebrar, toda ella es sujeto de la celebración. Celebra tanto el presidente como el que aparentemente no hace nada relevante.







Consecuencia



La fiesta litúrgica no puede ser celebrada, realizada por uno o dos o por un sector de la comunidad mientras los demás asisten pasivamente como meros espectadores de lo que unos pocos ejecutan.



Para que esta realidad y verdad se manifieste con toda su fuerza y expresividad el Concilio sacó una conclusión clara: se prefieren las celebraciones comunitarias:



"Siempre que los ritos admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles (2), incúlquese que hay que preferirla a una celebración individual y casi privada " (SC 27).



(2) Sólo en el sacramento de la Penitencia se permite una forma individual. Sin embargo, se ha de preferir la segunda forma de la penitencia: "En esta segunda forma, los creyentes celebran la reconciliación mediante la confesión y la absolución individual, y se cumple mejor el deseo del Concilio Vaticano II de preferir a la celebración individual y casi privada, la celebración comunitaria de los sacramentos" (Carta Pastoral del Obispo de Bilbao, 1993, 30).



En ella cada uno (sacerdote, lector, monitor, pueblo, etc.) ha de desempeñar todo y sólo aquello que les corresponde (SC 28).







La asamblea celebrante



Analicemos ahora el papel de la comunidad reunida o asamblea que celebra. Al decir asamblea nos referimos principalmente a los que se han reunido para celebrar la Eucaristía o un sacramento.



"Como no es posible al obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su Iglesia a toda la comunidad, debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las "parroquias" (SC 42). Las celebraciones de una parroquia son también asambleas. Una asamblea concreta es signo de la Iglesia local. Y la expresión más clara de esta asamblea la "Misa Mayor" (3).



(3) En liturgia la manera de manifestar o de expresar tiene mucho valor. Hoy día ya no nos fijamos tanto en si vale o no vale, sino en si expresa o no expresa. Y la Misa Mayor, la que reúne gente de todas las edades es la mejor expresión de una asamblea. Además, la Misa Mayor es la primera Misa de una comunidad.







Significado de la asamblea



Como primer símbolo, la asamblea tiene un significado. Significa la Iglesia, sacramento de salvación, que está ejerciendo una función sacerdotal en medio del mundo y en favor de los hombres (SC 2. 5. 26). La asamblea es necesaria a la Iglesia para reconocerse y para edificarse. La Iglesia responde a la llamada del Señor, escucha su palabra y participa en la obra de Cristo en una asamblea concreta.



Consecuencia de esta verdad: hay que cuidar mucho las asambleas: que no sean solo de niños, o de jóvenes o de grupos particulares sobre todo los domingos, día de la Asamblea. La razón es que un asamblea concreta debe manifestar lo más claramente posible a todos los miembros de la Iglesia o comunidad. Y, una Misa con niños no expresa lo que es en realidad la comunidad, que está compuesta de niños, jóvenes, mayores, ancianos, solteros, etc.



La movilidad de hoy día y la existencia de lugares de culto no unidos a comunidades parroquiales (iglesias de religiosos y religiosas), hacen posible la reunión de asambleas litúrgicas que no tienen relación con una comunidad estable (4). Estas asambleas, aunque congreguen a muchos cristianos, no ha sido erigidas expresamente por el obispo, sino permitidas, a no ser que el obispo encomiende a una comunidad de religiosos una parroquia. En este caso serán comunidades estables.



(4) Comunidad estable: La palabra estable es contraria a fija. Un colegio, por ejemplo, no es una comunidad estable, porque los que acuden a él, no acuden a ella más que para en el horario escolar. Pero también estable se toma como lugar donde el cristiano nace, crece, se desarrolla y muere. En este sentido las iglesias de los religiosos no son comunidades estables o establecidas por el obispo, a no ser que el obispo expresamente les haya establecido para ello. Hoy día hay muchas iglesias de religiosos que son parroquias, comunidades estables.



Los religiosos no han nacido para reunir al pueblo cristiano, para formar asamblea con los fieles. Otra cosa es que en una época determinada de la historia se haya introducido esta realidad. Este fenómeno tiene muchas implicaciones prácticas y teóricas. La práctica y la teoría se relacionan mutuamente. Si la vivencia (teoría) crea la expresión (práctica), a su vez la expresión (práctica) re-crea la vivencia (teoría).



Ya lo dice el Concilio al afirmar que la expresión "influye en el cuerpo de la Iglesia y lo manifiestan" (SC 26). Esta práctica ha traído la idea (teoría) en nuestros fieles que es lo mismo celebrar en un lugar que en otro. Otros no ven razón para no celebrar el Bautismo, Comunión o Confirmación en un colegio. Esta pequeña aclaración ha sido con el objeto de distinguir la parroquia y otra comunidad distinta.







Características de la asamblea



La asamblea litúrgica es profundamente original. Está compuesta - por personas con mucho en común, pero también con sus diferencias, es decir, sin perder para nada su identidad particular de cada uno de sus miembros. Por ello, está atravesada por tensiones que son inherentes a este ser original. Enumeremos algunas de estas características y las tensiones que se producen:







1. Es una reunión de creyentes



La asamblea normalmente reúne a creyentes en el Dios de Jesucristo. Celebran la fe los que ya son creyentes. La liturgia exige una previa evangelización. Pero lo cierto es que hoy en nuestras celebraciones litúrgicas están también presentes cristianos de fe muy débil o apagada e, incluso, personas alejadas de la fe o no evangelizadas por nadie (funerales, bodas...). Por ello hemos de celebrar la liturgia en clave evangelizadora. No se trata de desvirtuar la celebración ni de instrumentalizarla para otros fines a la misma, sino de cuidar que esas celebraciones puedan ser anuncio evangelizador.







2. Es un grupo unitario y diverso a la vez



Es y debe ser un factor de unidad, que acoge por igual a todos los hombres a pesar de las diferencias. En la asamblea no debe haber distinción de sexo, origen, cultura, etc. (Gal 3, 28; Rm 10, 12). Tampoco acepción de personas (Sant 2, 1-4) en cuanto al poder económico o social, ni siquiera en relación a la fe: niños, adultos, pecadores, santos, etc. (1 Cor 11, 30; 1 Jn 1, 8-10).



La Iglesia reúne en asamblea no una élite de puros y perfectos, sino un pueblo de pecadores. Lo cual hace que cada miembro de la asamblea tiene que adoptar una actitud penitencial.







3. Es carismática y jerárquica



No es una amalgama de gentes anónimas e impersonales, sino una comunidad dotada de carismas y dones y estructurada al servicio de la unidad y caridad (1 Cor 12, 4-11; Ef 4, 11-16).



En la práctica esto se traduce en la unión de los diversos ministerios (presidente, lector, monitor, organista, etc. ) dentro de la celebración. Los diversos ministerios y funciones no tienen que "mortificar" la asamblea, sino que tienen la misión de vivificarla. Los ministerios no son un privilegio, sino un compromiso.







4. Es una comunidad



Con esta palabra lo que queremos decir en concreto es que se debe superar lo individual y llegar a lo comunitario, pasar del yo al nosotros; superarlo subjetivo y llegar a lo objetivo, es decir, pasar de lo que yo vivo en ese momento al contenido y al objeto de la celebración; superar lo particular y llegar a lo universal, porque no somos nosotros los de esta misa los únicos que celebramos, es toda la Iglesia la que celebra.



Ahora bien, la asamblea no anula lo individual, lo subjetivo y lo particular, sino que los integra en la comunidad. El yo y el tú se hacen nosotros.



La celebración tendría que ayudar, no sólo a que cada uno se encuentre con el Señor, sino también a que vayamos creciendo en el sentido de comunidad. Ir pasando del "yo" al "nosotros". Esta es una de las tareas importantes.



"Las razones que empujen al cristiano a participar en la celebración del domingo no han de ser solamente de índole subjetiva e individual, sino también eclesial. Ha de moverlo también la necesidad y voluntad de tomar parte en una celebración que es de vital importancia y hondo significado para la Iglesia. Por desgracia, esta referencia a la Iglesia está frecuentemente ausente en quienes se manifiestan fieles a la práctica dominical ".







5. Polariza los sentimientos y los encauza



Los sentimientos de los presentes por contrapuestos que puedan ser, pueden y deben ser centrados. La asamblea es capaz de centrar todos los sentimientos de una persona en torno a un valor determinado: el misterio pascual.



No se trata de que cada uno escuche una palabra concreta para su situación particular, sino que desde su situación particular se centre en Cristo y en él encontrará la respuesta.



Las moniciones son precisamente para ello, para centrar la atención de los presentes y prepararlos a celebrar un único misterio que se hace actual en cada uno de ellos.



La homilía debe tener en cuenta la situación de los fieles, fijándose sobre todo en los acontecimientos más relevantes que ha vivido la comunidad durante la semana.



Los medios para ayudar a pasar del "yo" al "nosotros" pueden ser éstos:



• Crear un clima amable de acogida, ya desde el principio de la celebración, desde el ambiente del local hasta la cara del presidente: una clima humano afable, de respeto a todos, de interés por todos.



• Dar prioridad en el conjunto de la celebración a lo que hace la comunidad; los que realizan ministerios que se note que están al servicio de la comunidad: no sobre ella, ni fuera de ella, sino dentro y para ella; cuidar los cantos, las aclamaciones, los diálogos, etc. Más importancia tiene un canto cantado por toda la asamblea, que un canto cantado por un coro, por ejemplo.



• Que la Eucaristía no se desentienda de lo que es la vida de estas personas y de la comunidad que esté fuera, es decir, del pueblo; que se note que el sacerdote ama esa comunidad, que se interesa por ella.







El papel activo de la asamblea litúrgica



El Concilio no quiere que los fieles asistan a la liturgia "como meros espectadores" (SC 48). En la asamblea litúrgica no hay espectadores, sino sólo actores. Por tanto, una vez descubierto el valor de la asamblea como expresión viva de la Iglesia, es necesario valorar también la práctica.



Para que la práctica sea adecuada a la teoría, el Concilio ha re-creado los acólitos, lectores, comentadores (monitores) y cuantos pertenecen a la "schola cantorum" (cantores) para que cada uno de ellos ejerzan su oficio con piedad y orden. (SC 29).



Además, fomentó las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales, juntamente con el silencio (SC 30).



Vamos a tratar de algunos de estos ministerios en concreto: presidente, lector, salmista, director de cantos y monitor. La participación de la asamblea se concreta así en unos, que realizan una función específica.



Pero antes, veamos el Espíritu que debe animar a todas estas funciones o ministerios. Sin Espíritu, todo queda en mero protagonismo.







El Espíritu y las funciones en la asamblea



La Iglesia y, por tanto, la asamblea es una comunidad mesiánica, es decir, ungida por el Espíritu como su fundador, su piedra angular. Por eso, toda ella es "sacerdotal, profética y real". Todos los miembros de la comunidad cristiana reunida en asamblea son sacerdotes, profetas y reyes. Están capacitados para celebrar acciones sacerdotales, proféticas y reales.



La actividad celebrativa, la participación sacramental, la implicación festiva de todos y cada uno de los miembros de la asamblea no es algo superficial ni accidental ni un requisito protocolario, meramente formal, discrecional ni una parte secundaria del conjunto de la acción festiva. Es el don del Espíritu, que nos hace (habilita) tener acceso al Padre fuente de toda sacralidad, sacerdocio o profecía.



Este sentido colectivo de la Iglesia y de la asamblea celebrante se debilita y se pierde en la Edad Media pues se pasa a una eclesiología de poderes, reducida no a Cristo sino del clero. Se olvida la eclesiología de comunión y santidad.



El Concilio Vaticano II, por medio de la Constitución SC y la LG ha recuperado para toda la Iglesia la concepción de la asamblea litúrgica como una comunidad servicial y de servicios (ministerios, funciones o tareas). La liturgia es ministerial. De una eclesiología de comunión y participación (SC 14), brotan los ministerios, diaconías, servicios, funciones comunitarias...



La asamblea litúrgica es un grupo estructurado. Es una comunidad reunida, pero nunca de modo masificado. No es masa ni público. Se articula en torno a diversas actividades repartidas entre sus diversos miembros. Son servicios diferentes que ejecutan los diferentes individuos o subgrupos del macro-grupo comunitario (asamblea) de acuerdo con el fin general y global de la celebración. Es un cuerpo con diversos órganos al servicio de diversas funciones que contribuyen al bien del conjunto corporativo. El Espíritu da unidad y hace que unos y otros estén al servicio del Cuerpo.



Son servicios porque han de ayudar a que la asamblea y la reunión alcance sus objetivos y consiga realizar la celebración en su plenitud y éxito. Gracias a ellos la asamblea tiene un carácter servicial, diaconal, porque pone en juego un dinamismo de servicio en el interior de ella misma con vistas a su plena autorrealización.







1. El presidente



Justino habla del "presidente" o encargado de presidir.



Tertuliano menciona a los "presidentes" como los responsables principales de la celebración.



Clemente de Roma específica que estos presidentes son los obispos y presbíteros. Les recomienda ejerzan su ministerio con "humildad, sosiego, calma, piedad y perfección".







Preside en nombre de Cristo



Según SC 33 el sacerdote preside "in persona Christi", es decir, no sólo por designación de la asamblea o por delegación de ella ni por sus méritos propios sino por imposición de las manos recibida en su ordenación que le ha conferido el obispo, sucesor de los apóstoles.



El ministerio de presidir es a la vez funcional y místico, es decir, (sacramental-simbólico).



Es funcional, por cuando debe lograr que la asamblea reunida asuma lo más plenamente posible la acción litúrgica común; que los otros ministerios y servicios estén coordinados y así entre todos y a través de todos, circule el Espíritu uno de la celebración.



Es místico (sacramental-simbólico) pues visibiliza a Cristo como cabeza de la Iglesia, servidor de los hermanos.







Preside en nombre de la Iglesia



El mismo artículo 33 de SC indica que el presidente realiza su servicio "in nomine ecclesiae", es decir, representando a la asamblea, recogiendo y aunando a todos.



El presidente es un miembro más de la asamblea, no se sitúa fuera de ella, sino dentro de ella, realiza el servicio de presidir.







El arte de presidir



El arte de presidir, es realmente un arte, para hacer lo que debe de hacer, dejar de hacer lo que no debe hacer, animar a que los miembros de la comunidad realicen los servicios que les corresponden y unificar todo en un único cuerpo.



El arte de presidir consistirá en el arte de conjugar con tino estos dos roles contrarios pero no contradictorios; uno ascendente y otro descendente. En el pulso para mantener esta tensión entre estas dos corrientes consiste el reto que plantea el ministerio de presidir la celebración.







Es buen presidente, quien suscita los ministerios laicales



Entre las muchas tareas y encomiendas que el presidente debe realizar para la buena realización de su ministerio, está la de impulsar, animar, coordinar los demás ministerios:



el del servicio a la asamblea (acogida, monitor),



el del servicio de la palabra (lector, salmista, oración universal),



el del servicio a la mesa-altar (ministro de la comunión...)



el del servicio del canto (organista, director, cantor...)



Cuantos más servicios haga surgir en la comunidad, mejor habrá realizado la presidencia como servicio a la comunión y la participación. No es el mejor presidente quien más hace, sino quien más "hace hacer" y sabe realizar lo que únicamente le compete.



Quien impulsa, anima, suscita y coordina los servicio litúrgicos con el ideal de la máxima participación es el mejor presidente.







Conclusiones



1.- No se puede ser responsable de la asamblea si no se piensa la Iglesia como comunión y la presidencia como servicio.



2.- El presidente es el responsable de que una comunidad sea ella misma y no "su" asamblea. El presidente busca siempre la común-unión. Su gran lema y ley, la ley de la fraternidad. La presidencia es un servicio fraternal que se traduce.



3.- El partidista disgrega. Un presidente subjetivista es un factor de disgregación. Un presidente que no integra desfigura la imagen de Cristo a quien debe representar sacramentalmente. No es Cristo, trasparenta a Cristo. Es símbolo real de Cristo.



4.- Debe saber aceptar lo carismas, promover la relación de los mismos, distribuir las funciones para que todos puedan intervenir. Es decir atento a evitar sectarismos y uniformismos. Servidor de la comunión es responsable de la catolicidad.



5.- Atento a los más pobres y débiles y preocupado por la educación de toda la comunidad. Las presidencia comporta unos signos, hablar a los presentes como amigos, estar en medio como quien sirve.









EL CANTO QUE BROTA DE LA VIDA INTERIOR




Hay un género musical que posee de manera especial el don misterioso de elevar los corazones a lo sobrenatural, a través de la santidad y delicadeza de sus formas: el canto gregoriano





Pocos composito­res clásicos logra­ron tanta fama y re­conocimiento como Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Dotado con ca­pacidades musicales extraordinarias, a los cinco años empezó a componer los primeros minuetos. Su genialidad despertó la admiración de grandes maestros contemporáneos y posterio­res a él como Schubert, quien luego de escuchar una de estas piezas mu­sicales, exclamó: "Parece que los ánge­les participan con su canto". '           La obra de Mozart es fecunda. A decenas de sinfonías, conciertos, se­renatas y óperas se les reúnen diecio­cho misas, cuatro letanías, tres víspe­ras, además de innumerables canta­tas, oratorios y otras composiciones sacras.                                                                                           Sin embargo, de cara a esa vasta producción de índole tanto religiosa como profana, Mozart afirmó: "Da­ría toda mi obra por haber escrito el Prefacio' de la Misa Gregoriana". 2               ¿Qué perfección, esplendor y mis­terio encierra el canto gregoriano pa­ra que el célebre compositor de Salzburgo hiciera una declaración tan sorprendente?

Historia que se confunde con la de la Iglesia

Durante siglos se admitió univer­salmente que los himnos de la antigua sinagoga, más propiamente los sal­mos, contribuyeron a formar las raíces del canto de la Iglesia, puesto que los Apóstoles y muchos discípulos suyos eran judíos. Sin embargo, a mediados de la década de 1990 algunos estudio­sos comenzaron a contradecir esta te­sis, alegando que los primeros cristia­nos no utilizaban los textos de los sal­mos, pues se dejaron de cantar en las sinagogas después de la destrucción del Templo el año 70 d. C. 3

No obstante, es imposible negar que los primeros ritos cristianos to­maron elementos de las ceremonias judías. La raíz de las horas canónicas está en las oraciones israelitas, las pa­labras "amén" y "aleluya" vienen del hebreo, y las tres invocaciones del sanctus derivan del triple kadosh, en la recitación del Kedusha. ' Es, como mínimo, muy probable que también hubiera influencia judaica en la músi­ca de la comunidad proto-cristiana.

Poco se conoce de la historia del canto sagrado hasta fines del siglo VI, cuando el Papa San Gregorio Magno decidió unificar toda la tradición litúr­gica florecida en los siglos anteriores. Bajo su dirección, un cuerpo de mú­sicos y estudiosos seleccionó las melo­días más convenientes para las cere­monias litúrgicas, completó lagunas y refinó los cantos existentes, "velando con leyes y normas oportunas por la pu­reza e integridad del canto sagrado". 5 El naciente género musical se hizo co­nocido como gregoriano, en alusión a la iniciativa del santo pontífice.



La "Schola Cantorum"

San Gregorio fundó también la Schola Cantorum, en donde se ense­ñaba y perfeccionaba el canto litúr­gico. Muchos monasterios y abadías enviaron religiosos a Roma para que recibieran allá la educación musical necesaria, y después volver a comuni­carla a sus hermanos de vocación.

Los niños también tenían su sitio en la Schola Cantorum. Se ha dicho que el propio San Gregorio llegó a darles algunas clases. Ellos cantaban junto a los monjes, alternando cada versículo en los salmos y responsorios, al igual que las estrofas de los himnos.

La importancia de esta institución fue reconocida por los sucesores de san Gregorio, quienes siguieron in­centivándola. Este centro de referen­cia tuvo como efecto la unificación de los métodos de enseñanza del grego­riano en toda Europa, algo que sería fundamental para su progreso y per­fección.



Íntima unión entre música y letra

El canto gregoriano no es un gé­nero musical en el sentido estricto del término. Nació como compañero inseparable de la oración, con el pro­pósito de alabar a Dios y difundir las verdades de la fe. El texto de sus him­nos, salmos y antífonas está tomado muchas veces de la Sagrada Escritu­ra; por lo mismo, a menudo ha sido llamado "la Biblia cantada".

Más de un siglo antes del reina­do de san Gregorio, la unión íntima entre música y palabra había sido vi­vamente apuntada por el gran san Agustín. A1 comentar los cantos "eje­cutados con voz clara y modulada", el obispo de Hipona describe sus pro­pios sentimientos: `Juzgo que aun las palabras de la Sagrada Escritura exci­tan nuestras mentes a piedad y devo­ción, más religiosa y frecuentemente, cuando se cantan con aquella destreza y suavidad, cuando todos y cada uno de los afectos de nuestra alma tienen respectivamente su correspondencia en los tonos y en el canto que los suscitan y despiertan por una relación tan ocul­ta como íntima". 6

En el siglo XX, el Papa San Pío X coronó y precisó esta idea al enseñar que "como parte integrante de la litur­gia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edifi­cación de los fieles. La música contri­buye a aumentar el decoro y esplendor de las solemnidades religiosas, y así co­mo su oficio principal consiste en re­vestir de adecuadas melodías el texto litúrgico que se propone a la conside­ración de los fieles, de igual manera su propio fin consiste en añadir más efi­cacia al texto mismo, para que por tal medio se excite más la devoción de los fieles y se preparen mejor a recibir los frutos de la gracia, propios de la cele­bración de los sagrados misterios". '

Décadas después, Pío XII volverá a recordar que "la dignidad de la mú­sica sagrada y su altísima finalidad es­tán en que con sus hermosas modula­ciones y con su magnificencia embelle­ce y adorna las voces del sacerdote que ofrece, o del pueblo cristiano que alaba al Altísimo; y eleva a Dios los espíritus de los asistentes como por una fuerza y virtud innata y hace más vivas y fervo­rosas las preces litúrgicas de la comuni­dad cristiana, para que pueda con más intensidad y eficacia alzar sus súplicas y alabanzas a Dios trino y uno". $

Y resaltando el uso de la música al servicio de las Celebraciones Eucarís­ticas, el Papa Pacelli agrega: `Ningu­na acción más excelsa, ninguna más su­blime puede ejercer la música que la de acompañar con la suavidad de los so­nidos al sacerdote que ofrece la divina víctima, asociarse con alegría al diálogo que el sacerdote entabla con el pueblo, y ennoblecer con su arte la acción sagra­da que en el altar se realiza ". 9



El uso del latín

El canto gregoriano se halla ínti­mamente ligado con la lengua de la Antigua Roma, y no tan sólo por su origen histórico. Muchos estudiosos propugnan que sus melodías nacen de la extensión del acento en las pa­labras latinas. Eso explica también la gran dificultad de acomodar el grego­riano a otros idiomas, pues no siem­pre coinciden los acentos melódicos con los idiomáticos.                                                                                                                                 Franlois-René de Chateaubriand, famoso escritor francés del siglo XIX, muestra en una de sus obras más co­nocidas la riqueza expresiva del latín y su perfecta adaptación al culto divino: "Creemos que una lengua antigua y mis­teriosa, una lengua que los siglos no al­teran, era muy conveniente al culto del Ser eterno, incomprensible, inmutable. Y, dado que la agudeza de nuestros do­lores nos fuerza a elevar hacia el Rey de reyes una suplicante voz, ¿no es natural que se le hable en el idioma más gentil de la Tierra, en el mismo que usaban las naciones postradas cuando elevaban sus plegarias a los Césares? Además -¡qué cosa notable! las oraciones en latín parecen duplicar el sentimiento religioso de las muchedumbres". '°

De ahí que, entre otros motivos, el Concilio Vaticano II recomiende en su constitución Sacrosanctum Conci­lium, sobre la sagrada liturgia: "Pro­cúrese que los fieles sean capaces tam­bién de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde". "



Grandeza y majestad del órgano

El gregoriano es modulado al uní­sono, aunque haya muchos cantan­tes. Cuando aparecieron las primeras composiciones en el austero ambien­te de los monasterios, sólo eran ento­nadas por voces humanas, sin acom­pañamiento instrumental.

El Papa Pío XI, en su Constitución Apostólica Divini cultus sanctitatem, afirma: "Ningún instrumento, ni aun el más delicado y perfecto, podrá nun­ca competir en vigor de expresión con la voz del hombre, sobre todo cuando

de ella se sirve el alma para orar y ala­bar al Altísimo".

Aun así, con el paso del tiempo, pa­ra asegurar la afinación y consolidar un apoyo que diera más esplendor a la música, fue permitido el uso del órga­no en la ejecución de las melodías gre­gorianas, siempre y cuando no ahoga­ra la voz de los cantantes. Dice el mis­mo Pío XI: `Por su maravillosa gran­diosidad y majestad [el órgano] fue es­timado digno de enlazarse con los ritos litúrgicos, ya acompañando al canto, ya durante los silencios de los coros y se­gún las prescripciones de la Iglesia, di­fundiendo suavísimas armonías". 11

El Papa Pío XII, siguiendo la hue­lla de su predecesor, observa: "Entre los instrumentos a los que se les da en­trada en las iglesias ocupa con razón el primer puesto el órgano, que tan par­ticularmente se acomoda a los cánti­cos y ritos sagrados, comunica un no­table esplendor y una particular magni­ficencia a las ceremonias de la Iglesia, conmueve las almas de los fieles con la grandiosidad y dulzura de sus sonidos, llena las almas de una alegría casi ce­lestial y las eleva con vehemencia ha­cia Dios y los bienes sobrenaturales". '4

Y S.S. Benedicto XVI, tras desta­car que la finalidad de ese magnífi­co instrumento es "laglorificación de Dios y la edificación de la fe'; añade: "El órgano, desde siempre y con razón,se considera el rey de los instrumentos musicales, porque recoge todos los soni­dos de la creación y -como se ha dicho hace poco- da resonancia a la pleni­tud de los sentimientos humanos, des­de la alegría a la tristeza, desde la ala­banza a la lamentación. Además, tras­cendiendo la esfera me­ramente humana, co­mo toda música de ca­lidad, remite a lo di­vino. La gran varie­dad de los timbres del órgano, des­de el piano has­ta el fortísi­mo impetuo­so, lo con­

vierte en un instrumento superior a to­dos los demás. Es capaz de dar reso­nancia a todos los ámbitos de la exis­tencia humana. Las múltiples posibili­dades del órgano nos recuerdan, de al­gún modo, la inmensidad y la magnifi­cencia de Dios".



El Instituto Pontificio de Música Sacra

El arte vocal fue depurándose a tra­vés de los siglos. El canto llano dio pa­so a la polifonía, la polifonía a la músi­ca de cámara, y ésta a las grandes com­posiciones sinfónicas. Cuerdas, made­ras y metales se fundían armoniosa­mente con las voces en partituras cu­ya grandiosidad y calidad artística pa­recían inaccesibles al canto sencillo y solemne de la Iglesia primitiva.

Así, a principios del siglo XX el gregoriano parecía relegado a monas­terios y ciertas ceremonias litúrgicas en las que era irreemplazable. La mú­sica sacra en su conjunto corría el ries­go de quedar subordinada al arte, per­diendo su fin original. Esto motivó al Papa San Pío X a llevar a cabo lo que más tarde Pío XII denominaría "la or­gánica restauración y la reforma de la música sagrada, volviendo a inculcar los principios y normas transmitidos por la antigüedad y reordenándolos oportu­namente conforme a las exigencias de los tiempos modernos". '6

Como fruto de su celo, en 1911 fue erigida en Roma la Pontificia Escuela Superior de Música Sacra, que en se­guida se convirtió en el Instituto Pon­tificio de Música Sacra. "

La importancia de este instituto para la Iglesia universal fue resaltada por Benedicto XVI, cien años después de su fundación, al recordar que "nume­rosos alumnos, que vienen aquí de to­das las partes del mundo para formar­se en las disciplinas de la música sacra, se convierten a su vez en formadores en sus respectivas Iglesias locales" (Discur­so durante la visita al Instituto Pontifi­cio de Música Sacra, 13/Oct./2007).23



El Motu Proprio "Tra le sollecitudini"

La esencia de la reforma de san Pío X está contenida en el Motu Pro­prio Tra le sollecitudini, citado por el Papa Juan Pablo II como "código jurí­dico de la música sagrada" . '8

En este documento, a principios del siglo XX, el Papa define las prin­cipales cualidades que deben exis­tir en una composición musical pa­ra que se la pueda considerar "sagrada": "Debe tener en grado eminente las cualidades propias de la liturgia, con­viene a saber: la santidad y la bondad de las formas de donde nace espon­táneo otro carácter suyo: la universa­lidad". '9

El gregoriano, concluye san Pío X, ofrece dichas cualidades en grado al­tísimo, motivo por el cual se lo consi­dera el canto propio de la Iglesia Ca­tólica. Así, el Papa llega a establecer la siguiente ley general: "Una compo­sición religiosa será más sagrada y li­túrgica cuanto más se acerque en ai­re, inspiración y sabor a la melodía gre­goriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este mode­lo soberano" 2°.



Un refrigerio para el materialismo de nuestro siglo

Hay una relación misteriosa en­tre el canto y la oración. Sin duda, la belleza particular del canto sagra­do consiste, más que en la perfección técnica, en reflejar ese poder arcano que tienen las artes para materializar el espíritu, la aspiración de las almas a la santidad. No sería exagerado de­cir que el gregoriano auténtico nace más del corazón que de los labios.

El Papa Pío XI percibió esto de manera admirable cuando afirmó: "Todo lo que emana de la vida interior de la Iglesia trasciende a los más per­fectos ideales de esta vida terrena".

Por ese motivo el canto gregoriano, pese a su remoto origen, conserva tan­ta vitalidad. Por ese motivo, también, es buscado, escuchado, admirado en su sencillez por innumerables perso­nas, muchas de las cuales no son cris­tianas practicantes. La verdadera mú­sica sacra exhala el perfume de lo so­brenatural, ayudando a saciar la conti­nua sed de sublimidad y eternidad que acosa a nuestro siglo, tan deformado por la ciencia y por la técnica.



FUENTE: PARROQUIA DE SAN VICENTE MÁRTIR, BILBAO



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