ORACIÓN DE JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
¡¡Ayúdanos, Madre, en esta cuaresma, a emprender
la subida cuaresmal hacia la Pascua de tu Hijo,
pero no de cualquier manera, sino, COMO TÚ!!
Te doy gracias, María, por ser una mujer.
Gracias por haber sido mujer como mi madre,
y por haberlo sido en un tiempo
en el que ser mujer era como no ser nada.
Gracias porque cuando todos te consideraban una mujer de nada, tú fuiste todo,
todo lo que un ser humano puede ser y mucho más,
la plenitud del hombre, una vida completa.
Gracias por haber sido una mujer libre y liberada,
la mujer más libre y liberada de toda la historia,
la única mujer liberada y libre de la historia,
porque fuiste la única no atada al pecado,
la única no uncida a la vulgaridad,
la única que nunca fue mediocre,
la única verdaderamente llena de gracia y de vida.
Gracias porque estuviste llena de gracia, porque estabas llena de vida,
estuviste llena de vida porque habías sido llenada de gracia y de vida.
Gracias porque supiste encontrar la libertad siendo esclava,
aceptando la única esclavitud que libera, la esclavitud de Dios,
y nunca te enzarzaste en todas las otras esclavitudes que a nosotros nos atan.
Porque al llegar el ángel te atreviste a preferir su misión a tu comodidad,
porque aceptaste tu misión, sabiendo que era cuesta arriba,
una cuesta arriba que terminaba en un Calvario.
Gracias porque fuiste valiente, gracias por no tener miedo,
gracias por fiarte del Dios que te estaba llenando,
del Dios que venía no a quitarte nada, sino a hacerte más mujer.
Gracias por haber sido la mujer más entera que ha existido,
y gracias sobre todo por haber sido la única mujer de toda la historia
que volvió entera a los brazos de Dios.
Gracias por seguir siendo madre y mujer en el cielo,
por no cansarte de cuidar de tus hijos de ahora.
.
7 comentarios:
* En el Nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo.
Cuántas veces mi Corazón de Madre viene diciendo:
Si el hombre conociere el don de Dios (cf Jn 4, 10),
el hablar de Dios, el obrar y el poder de Dios,
los hombres, mis hijos comprenderían
cómo obra verdaderamen¬te el Hijo de Dios;
cómo el hombre verdaderamente tendría una fe,
cimentada en las verdades de Cristo,
no en las ver¬dades de los hombres
que adulteran la Palabra de Dios (cf 2 Co, 2, 17).
Mas el hombre, si conociere verdaderamente
el don de Dios, sabría que hay diversidad de dones,
pero un solo Dios (cf 1Co 7, 7), que lo transciende todo,
que lo invade todo y lo penetra todo;
que los hombres correrían tras las huellas de Cristo
sin vacilación, sin confusión, porque sabrían discernir
lo verdadero de lo erróneo; porque serían hombres de oración,
de entrega y sacrificios: y un corazón que ora, se entrega
y se da e hiciere sacrificios recibe la fuerza, la luz
y el don de Dios; mas un hombre, pobre en oración
será pobre en conocimiento de Dios;
podrá hablar miles de lenguas:
y a bien sabéis, hijos míos: aunque los hombres tuvieren
el don de profecía y hablaren lenguas, si les falta el amor,
les falta el conocimiento de Dios (cf 1Co 13).
Al hombre que le faltare el conocimiento íntimo del amor de Dios,
le falta todo: un corazón sensible,
un corazón que amare a Dios por encima de todo,
a la Iglesia, a los pastores;
que obedeciese a la Cabeza de Cristo, aquí en la tierra
es un hombre que camina por las verdades, por las sendas de Cristo;
mas el hombre que sigue las verdades a medias,
será siempre su vida, un caminar a medias,
donde no sabrá discernir
lo bueno de lo malo, lo falso de la verdad;
no sabrá ver a los hijos de las tinieblas,
porque el hombre, creyéndose ser hijo de la Luz,
vive más en la tiniebla que en la Luz.
Y en verdad, hijos míos, mis palabras de Madre son en verdad
como las palabras de mi Hijo Dios: claras, fuertes y rotundas,
para que los hombres sepan seguir los caminos de Cristo,
sepan obedecer a mi hijo Yosef , (Ratzinger, Bene¬dicto XVI)
sepan ver los signos y sepan en verdad que Cristo
sigue llamando a una vida de entrega, no a una comodidad,
a una vida de sacrificio, a una vida de penitencia.
El hombre tiene que saber meditar las palabras,
esas pala¬bras que pudieren parecer fuertes
porque no eres frío ni caliente
te vomito de mi boca (cf Ap 3, 15-16).
El hombre vive en una tibieza espiritual,
adonde esa tibieza va haciendo y haciendo lugar
y va arrastrando a tántas almas a un camino de desesperación,
de confusión y de no saber dis¬cernir; por eso es tan importante
que el hombre se sepa vaciar de sí mismo,
sepa darse en totalidad a Dios,
a renunciar a tántas cosas, tántos caprichos,
tántos placeres, tántas como¬didades...
Cuántas veces mi Corazón viene diciendo:
el hombre vive para el mundo
y muchas veces deja a Dios a un lado;
no sabe dejar las cosas del mundo para centrarse
en las cosas de Dios y vivir en la tierra alabando a Dios,
bendiciendo a Dios y glorificando a Dios,
para ganar los bienes de allá arriba,
no los de la tierra (cf Col 3, 1-3).
Cuántas veces, hijos míos,
vais peregrinando de un sitio para otro;
y en verdad cuando el hombre por la fe va peregrinando
es algo que va enriqueciendo el espíritu;
y Yo os digo: está bien que el hombre peregrine,
buscando siempre las hue¬llas de Cristo,
fortaleciendo el corazón y robusteciendo la fe.
Pero siempre tiene que haber unos propósitos, un cambio,
unas decisiones, que el hombre ha de llevar a cabo:
para unos el silencio interior, vivirlo más plenamente;
para otros, cerrar los ojos y no ver tantas cosas como el hombre ve;
para otros, saber ofrecer los alimentos que no agradaren:
no poner tánto impedimento, que los hombres de hoy
ponen a los alimentos; tántas modas, tántas dificultades.
El hombre vive para el cuerpo y para sus enfermedades.
El hombre se ha adaptado al mundo
y no sabe ofrecer nada por amor a Dios:
ni una enfermedad, ni un dolor,
ni una comida, ni un sacrificio y eso es en verdad algo,
que va reduciendo al hombre
por el camino de la espiritualidad:
cree avanzar y en cambio retrocede;
cree que no retrocede y retrocede más.
Cuántas veces los hombres son avisados,
porque Dios, mi Hijo Amado utiliza en verdad
instrumentos, profetas, enviados…
y cuántas veces siguen siendo palabras vanas,
que las lleva el viento.
Ya desde antiguo, desde siempre, hijos míos:
cuando el hombre era advertido,
la mitad escu¬chaba y de la mitad
dejaban un resto, por si era cierto;
y lo demás no escuchaban y se hundían
y hundían en ese seguir sin seguir a Cristo,
en ese caminar sin caminar con Cristo;
en ese ir por el mundo, predicando a Cristo
y a uno mismo en sus vanidades, en el orgullo humano;
el hombre tiene que darlo todo por Dios,
no preocuparse del cansancio, de la fatiga, del dolor, del dormir.
El cuerpo excesivamente descansado no sabe hacer sacrificios
ni caminar por el mundo para hablar de Dios;
y aun cuando el hombre no tuviere que dormir,
si confiare plenamente en el auxilio de Dios,
sen¬tirá verdaderamente la mano que lo protege, que le ayuda
y le da el descanso cuando verdaderamente es necesario,
no cuando el hombre descansa (cf 2 Co 11 y 12 y 12, 9).
Porque cuántas veces mis hijos descansan en excesivo
y no saben combatir ese descanso con la actividad.
Cuántas veces mis hijos en sus justificaciones dicen:
Dios me ha hecho así, soy así.
¡Qué palabras de justificación usa el hombre!
El hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios (cf Gn 1, 27),
mas el hombre luego se hace a su propia imagen,
no a imagen de Dios.
Y para justificarse el hombre, opta por decir:
Dios me ha hecho así.
Si el hombre tiene que trabajar día a día
para combatir las tentaciones, porque el mundo atrae,
el demonio tienta y la carne ahí está con sus debilidades;
mas el hombre sabe que el vivir es una lucha (cf Jb 7, 1)
y si gana el combate, llega a la gloria de Dios (cf 2T 4, 7-8)
El hombre tiene que combatir la soberbia, la envidia,
el ren¬cor, si quiere seguir a Cristo;
mas si quisiere seguir las huellas de la tiniebla,
que el hombre siga con su soberbia,
porque no llegará nunca a la luz (cf Lc 18, 10-14).
Cuando un alma, pequeños míos,
se refugia en los brazos de Cristo
y siente verdaderamente los brazos del Amado,
es en verdad cuando el alma pudiere experimentar
esa fuerza de Dios, ese hablar interior adonde, Cristo
sigue diciendo a las almas que vivan para Él, que Le amen,
que se den y que ofrezcan todo por amor a las almas.
Pequeños hijos míos, en verdad os digo:
Cuántas veces mis hijos del mundo
tienen que cambiar tántas cosas en su vida diaria.
Dadlo todo por Cristo; sabed aprender de los maestros,
de los doctores, de los apóstoles, de Pablo, hijos míos,
que tánto y tánto sigue diciendo a los hombres de hoy:
fue perseguidor (cf 1Tm 1, 13)
y se convirtió en evangelizador (Hch 9,15-16).
Era recto en doctrina y en Ley (cf Ga 1, 13-24)
y recto murió por amor a Dios (cf Hch 28, 30-31).
La lectura espiritual os debe de verdad enamorar
para alcanzar esas moradas, adonde el alma se deleita,
en el Corazón de Cristo.
¡Cuántas almas, hijos míos,
vivieron en ese enamoramiento espiritual con Cristo!
¡Cuántas almas vivieron las nupcias con el Amado!
¡Cuántas almas se dieron para sufrir por amor!
Cuántas almas, hijos mí¬os, saben decir:
Aquí estoy Señor, para hacer tu Voluntad (Hb 10, 9);
lo que quieras en cualquier momento,
lo que dispusieres en cualquier momento;
cuando quieras y donde quieras.
Hijos míos, sabed decir de corazón siempre: lo que Dios quiera.
Y negar vuestra voluntad, porque vuestra voluntad os traiciona,
os hace cobardes y no sabéis caminar
por esa vida de entrega, rectitud con Cristo.
Dadlo todo por amor a Dios; dadlo todo, mis pequeños
y comprenderéis cuán grande es el amor de Cristo (Jn 17, 23)
cuán grande es Jesús con sus hijos (Jn 14, 20), con sus almas.
Y, como en tántas ocasiones, os digo:
Sabed corregiros de tántas cosas
y a veces dejaos aconsejar y corregir (cf Hh 12, 7),
que es tarea difícil para aquellos que tienen el menester
y la encomienda de corregir,
porque el hombre tiende a la justificación.
Yo desde mi Corazón de Madre os digo, hijos míos,
como en tántas ocasiones mi Corazón sigue diciendo:
Sed adoradores del amor eucarístico de Cristo;
trasmitid ese amor a los hombres y mirad, hijos míos:
Mi Hijo está derramando constantemente en este día gra¬cias.
¡Cuántos se han tapado, por temor a la lluvia!
¿Por qué teme el hombre? El hombre no se da cuenta
que el cielo envía gracias; y tántas gracias vienen
por medio de la lluvia que Dios envía.
Dad gracias al Señor, mis pequeños,
porque es eterna su misericordia (Sal 117).
Que digan siempre los hijos del Señor: Eterna es su misericordia.
Que digan siempre los fieles del Señor: Eterna es su misericordia.
Que los hombres, recibiendo las gracias (comienza a llover)
-acabo de decir gracias y ya están abriendo paraguas-
¿Para qué creéis que os estaba preparando?
por eso sabed escuchar; porque,
aun cuando¬ os mojareis, no os pasará nada.
¿Por qué teme el hombre?
Por su poca confianza de saber,
cuando está en los lugares, elegidos por nuestros Corazones;
mas si estuviereis en una montaña, en otro lugar,
os diría: cubríos ¬del frío y del agua.
Pero ahora os digo: no temáis, no temáis:
Pedid al Señor que el agua os purifique y os haga ver la verdad.
Si vais diciendo: que todos los pueblos bendigan al Señor,
Le den gracias, porque es eterna su misericordia.
Que los pequeños alaben al Señor
y conozcan el Nombre de Dios
y digan de igual manera: Es eterna su misericordia.
Que los pueblos no sientan temor, si siguen al Creador,
porque es eterna su misericordia.
Grandes y maravillosas son las obras de Dios,
porque es eterna su misericordia.
Que todos los hijos sepan bendecir y glorificar
el Nombre de Dios, porque es eterna su misericordia.
Que los sacerdotes bendigan, de igual manera el Nombre de Dios,
porque es eterna su misericordia.
Que las madres que llevan en sus senos al niño
que va a nacer, que bendigan junto a la criatura:
Es eterna su misericordia, porque por la bondad de Dios
el hombre puede llegar a decir:
Grandes y maravillosas son las obras de Dios,
porque es eterna su misericordia.
Qué hermoso, hijos míos, es cuando el pueblo de Dios
bendice a Dios, alaba su Nombre y dicen todos a una:
Grandes y maravillosas son las obras de Dios,
porque es eterna su misericordia.
Bendice los campos,
porque es eterna su misericordia;
da la lluvia a su tiempo,
porque es eterna su misericordia.
que los hombres aprendan a alabar,
porque es eterna su misericordia,
con cantos y salmos inspirados,
porque es eterna su misericordia
Ya desde antiguo, pequeños,
el hombre bendecía y alababa a Dios,
porque es eterna su misericordia.
Pequeños hijos míos, mi Corazón de Madre
en verdad se alegra y os bendice:
Yo os bendigo, mis pequeños hijos,
desde mi Corazón de Madre y os digo constantemente:
Bendecid el Nombre de Dios.
Glorificad su Nombre Santo.
Sed adoradores.
Adorad al Hijo de Dios; adoradlo, pequeños.
Visitadle en el tabernáculo.
y ofreceos por amor a las almas;
ofreceos en sacrificio por amor a tantos hijos
como han dejado a Dios a un lado,
como siguen doctrinas erróneas
y no saben discernir, porque hacen de Dios
un Dios sin Leyes ni verdades,
un Dios hecho a medida,
adonde para el hombre de hoy todo vale.
Y dicen seguir los caminos de Cristo.
¿De qué Cristo, hijos míos?
No de aquel que murió en la Cruz;
no de aquél, el Hijo de Dios, mi Hijo Amado.
¡Qué dolor siente mi Corazón de Madre,
Viendo a tantos hijos, que siguen sin saber discernir lo bueno de lo malo!
Hijos que critican tánto a la Santa Iglesia, al Vi¬cario.
Por eso os pido que pidáis: pedid, pequeños míos:
y ya desde por la mañana haced un acto de ofrecimiento;
insistid mucho en que seáis revestidos por la humildad, la paciencia,
porque la humildad es lo primero que falla a mis hijos los hombres.
Revestíos de humildad y encontraréis el Rostro de Cris¬to:
mirad que el Rostro de Cristo
no está escondido para nadie,
ni oculto en ningún lugar secreto;
el Rostro de Cristo, mis pequeños,
se manifiesta, eso sí, cuando mi Hijo Amado deseare,
no cuando el hombre se lo propone,
porque el hombre no puede manejar a Dios;
solamente es Dios el que lo manifiesta,
cuando El dispusiere y deseare;
pero a un alma entregada
y cuando el corazón verdaderamente habla
desde lo más hondo, sincero y lleno de fe
Cristo Se manifiesta.
A veces los hombres no perciben la manifestación de Cristo,
porque no están atentos,
porque les absorben a veces los problemas
y no saben escuchar en el silencio.
Por eso os digo:
Escuchad en el silencio interior el dulce hablar de Cristo;
a veces sin palabras, pero Cristo es el dulce, el Amado,
el predilecto: recordad el Predilecto (Mt 3, 17 y 17, 5),
que se os dice: Escuchadle.
La profeta se postra, la frente en tierra. Y poco más de un minuto postrada, de nuevo habla, pero es el Señor:
+ Y Yo os digo desde mi Corazón:
escuchad la voz de mi Madre,
que desde su Corazón os habla, pequeños hijos,
con palabras de amor y verdad, como Madre,
como Maestra y educadora de las almas.
Yo os digo en verdad, pequeños hijos,
seguid mis caminos y en verdad encontraréis
el verdadero amor, la verdadera palabra, la verdadera fe
que os alimenta, os nutre y os conforta;
cumplid con el Sacramento que Yo mismo dije a mis Apóstoles:
Lo que perdonareis en la tierra, en el cielo quedará perdonado;
lo que retuviereis en la tierra
en el cielo queda¬rá retenido (Jn 20, 21-23).
Recordad que ese Sacramento limpia, purifica
y al hombre le hace caminar
con la ale¬gría de ser hijo de Dios.
Recibidme, pequeños hijos, con la alegría
y el amor de ser hijos de Dios:
siendo hijos de Dios, recibís al Amor
y el Amor llega a vuestro interior.
Pero en verdad revestíos de humildad
y despojaos de to¬do aquello que no os hiciere ser libres,
para seguir vo¬lando por los caminos de mi Corazón.
Desde mi Corazón de Hombre-Dios Yo os digo,
como en tantas ocasiones,
Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).
El que viene a Mí verdaderamente no pasará
ni hambre ni sed (Jn 6, 35)
y Yo le conduciré a ver¬des pastos (Sal 22, 2).
Traed almas a mi Corazón, traed almas;
y pedid por mis consagrados, para que en verdad sean fieles
y sepan llevar la mies, sepan ser sembradores de la Palabra
y el amor de mi Corazón.
Vosotros orad y traedme almas con vuestra oración;
sabed hablar del Reino de Dios y su justicia (cf Mt 6, 33),
de las verdades de mi Corazón.
Nunca temáis qué vais a decir a los hombres:
recordad que el Espíritu Santo obra en las almas,
cuando el hombre confía plenamente en el Espíritu Santo
y en el servicio de Dios (cf 1Co 12, 11).
Yo os digo, mis pequeños hijos:
Sed mansos y humildes de corazón y en verdad
encontraréis en mi Corazón el descan¬so (Mt 11, 29).
Tened compasión por aquellos que en verdad os necesitaren.
Atended al necesitado y nunca paséis de largo, mis pequeños hijos.
Sed buenos samaritanos (Lc 10, 33)
y dad también de beber al sediento
y de comer al hambriento.
Yo os digo, mis pequeños, como en tántas ocasiones he dicho:
sigo buscando por el mundo almas,
que se entreguen y se den, soldados fuertes y valerosos,
que sepan defender el Reino de Dios,
las verdades de Dios y mi Iglesia;
por eso os sigo lla¬mando a que seáis el ejército
que está dispuesto a avanzar,
para llevar la palabra de Dios sea donde sea,
fuere en el momen¬to que fuere, en cualquier lugar,
en cualquier momento estad dispuestos,
a veces a dejar cosas, que creéis que son priori¬dades
-y las prioridades a veces las hace el hombre-.
Yo os digo desde mi Corazón:
Vivid siempre en mi Espíritu
y sabed que Yo estoy con vosotros.
Llevad mi palabra, mi amor a los hijos (Hch 17, 22-32).
Y desde mi Corazón Yo os digo:
Que la paz, mis pequeños hijos,
habite en vuestros corazo¬nes.
¡Hasta pronto!, mis pequeños y amados hijos.
¡Hasta pronto!, Señor.
+ Shalom!, pequeños.
¡Shalom!, Rabí.
+ Shalom!, pequeños y amados de mi Corazón de Hombre-Dios.
Shalom!
Y seguido, la Madre:
* Así os decía, mis amados hijos: Escuchadle.
Y dentro de poco, mis pequeños hijos,
ofreceréis a mi Hijo la oración; y Jesús, mi Hijo Amado,
que está cierta¬mente deseoso de derramar su misericordia,
vendrá y os escuchará y derramará su misericordia,
nunca olvidéis pedir por los demás:
por los enfermos y moribundos;
por los que se han alejado del amor de Dios; por los niños,
para que conozcan el amor de Cristo (cf Mc; 10, 13-17);
por los matrimonios, por la juventud,
por los pecadores, mis pe¬queños;
no os olvidéis de vuestros hermanos,
de pedir por ellos a la hora de la misericordia;
y por mis predi¬lectos;
y para que muchos sepan escuchar
la llamada de Cristo, para el sacerdocio.
Ahora, mis pequeños,
desde mi Corazón de Madre también os digo:
¡Hasta pronto!, mis pequeños.
¡Hasta pronto!, Madre.
* ¡Hasta pronto!, hijos queridos.
¡Hasta pronto!
* Recordad que mi Corazón de Madre
escucha vuestras plega¬rias;
y así como os digo esas palabras
que en tántas oca¬siones mi Hijo dice,
recordad esas palabras de Cristo:
Venid, a Mí todos los que estéis cansados y agobiados
y Yo os aliviaré (Mt 11, 28).
Pues recordadlas; acudid siem¬pre a Cristo,
porque Él os aliviará, pequeños.
¡Hasta pronto!, mis pequeños hijos.
¡Hasta pronto!, Madre.
* ¡Hasta pronto!
Shalom!
¡Shalom!
* Shalom! (con deje muy gracioso)
¡Shalom!
* Shalom! (muy gracioso también)
¡Shalom!
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